¡oh Dios santísimo!, que has iluminado siempre los corazones de tus hijos con la luz del Espíritu Santo, haznos dóciles a él para gustar siempre del bien, y gozar ampliamente de su consuelo en las angustias más profundas.
Que tu bendito espíritu, en estos momentos de congoja y dolor, en las que parece que no hay nada más, y se siente como si nuestra alma sangrara profundamente, nos envuelva y nos devuelva la luz, y consuele nuestro corazón, alejando de nosotros las dudas, los rencores, las culpas y angustias.
Que cuando mis fuerzas comiencen a desfallecer, y decline oportunidades por tanto dolor, el grandioso Espíritu Santo me acoja, ilumine mi corazón lastimado, y me haga sentir su calor y perdón, para aplicarlo en mi mismo.
¡Oh espíritu protector! del cielo, la tierra y cuanto hay ente ella y debajo de la misma, vengo a implorarte que me escuches, me ilumines y me alientes, para apartar de mi camino y mi vida, todo lo que me causó y aun me causa daño en el interior.
Tómame y no me sueltes jamás, empápame de tu luz, enciende en mi espíritu tu fragante fervor, para que la paz en mi alma reine, para que no existan malas intenciones o pensamientos, y los que hoy me lastiman se rindan a tu presencia dejándome en paz.
Enséñame a ser valiente y no flaquear, a no olvidar que me amas y estas para ayudarme siempre, y que el sufrimiento pasará si lo dejamos ir, obteniendo aún más de tus preciosos regalos, como son el consuelo del entendimiento, la aceptación y la serenidad.
Ayúdame a sentir tu esperanza, para que, por muy rocoso que llegue a ser mi sendero, por muy dolorosos que sean los enfrentamientos y pérdidas, siempre recuerde que eres mi refugio, y que podré recobrar la alegría, si te siento dentro de mi.
Amén.
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