Oh dulce Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra, que eres venerada con el hermoso título de Virgen de la Paz, hoy me postro ante ti con el corazón abierto, tú que supiste conservar la calma en medio del dolor, y confiaste plenamente en los planes de Dios, te suplico que entres en mi casa, que tomes cada rincón de mi hogar y lo cubras con tu manto de serenidad.
Virgen de la Paz, llena nuestras palabras de dulzura, nuestros gestos de amor, y nuestros días de armonía. Que en mi hogar no haya espacio para el enojo ni el orgullo, sino para el perdón, la comprensión y el respeto. Si alguna puerta se ha cerrado por el dolor o por la indiferencia, tú ábrela con tu ternura de madre.
Que tu presencia se sienta en nuestras conversaciones, en nuestras risas, en nuestras oraciones compartidas. Que tu paz se refleje en nuestras decisiones, y tu bendición en cada miembro de esta familia.
Si hay heridas en nuestra familia, tú sana, Virgen bendita. Si hay ausencias, consuela. Si hay confusión, aclara. Si hay conflictos, media por nosotros ante tu Hijo Jesús, el dador de la paz verdadera.
Te pido que hagas de nuestro hogar un lugar de refugio, de descanso, de alegría y unidad. Que todo aquel que cruce nuestras puertas sienta la paz que viene de lo alto, y que nunca nos falte la esperanza, el amor ni la bendición de Dios.
Te lo pedimos con fe y con el corazón confiado, sabiendo que tú, como madre, nunca desoyes las súplicas de tus hijos.
Amén.
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